Texto y fotos Olga Briasco
En la ciudad provisoria hay ríos de gente. Hombres, mujeres, menores. Muchos cargan sus pertenencias sobre su cabeza. El murmullo es ensordecedor y es imposible no empujarse o no chocar. Tanta, que los rickshaw no pueden pasar, así que por unos días no tendré el sonido del claxon metido en mi cabeza —es un sonido típico de la India—. A medida que me acerco a esas tiendas hay más personas. A veces hay que detenerse y meterse en esa corriente. Muchos me miran. Soy de las pocas turistas que hay aquí. Me piden selfies e incluso noto cómo me hacen fotos. Me resulta curioso porque para mí ellos son los exóticos. Tanto, que mi cámara no para de encontrar motivos que fotografiar: una niña hace malabares sobre la cuerda floja, vendedores de especies y flores, un santón bendice a una mujer… Todo es una fotografía. Y en color naranja, característico del hinduismo porque significa renuncia.
Paseo por los pasillos que conectan las diferentes tiendas. En ellas, escondidos, se encuentran los sadhu, monjes ascetas hindúes que, para alcanzar la iluminación espiritual, aceptan seguir una vida de penitencia y austeridad. También están los naga sadhus, santos desnudos y con el cuerpo embadurnado de vibhuti (o ceniza sagrada) que pasan la mayor parte de sus vidas en pleno Himalaya. Están ahí sentados en flor de loto, bendiciendo a quienes se acercan —y les dan un donativo— y generando un revuelo a su alrededor. Su cabello con rastas, sus cuerpos cubiertos de ceniza son testimonio de su austeridad. Algunos tienen largos collares hechos con flor de cempasúchil y se pasan el chillum, una pipa hecha de barro. Por las noches se calientan con una hoguera. Es aquí donde las posibilidades fotográficas se multiplican, pero también donde pones a prueba tu pericia. Sí, fotografiarles no es tan sencillo como parece. Puede haber algún empujón, que un brazo entre en el encuadre… o puede ser que esa foto sea espectacular. La paciencia tiene eso.
Es en el Sangam y en unos días concretos donde tienen lugar los baños sagrados, conocidos como Shahi Snans. Vivir ese momento es una experiencia única; nadie duerme esperando ese gran momento en el que miles de sadhus y peregrinos se preparan para la inmersión. Hay filas de periodistas luchando por la foto y millones de personas asistiendo al espectáculo. Rodeada de una multitud devota —35 millones de personas cuando estuve—, me siento una espectadora privilegiada, observando los miles de móviles alzados para grabar ese momento, los rostros de admiración de los presentes y ese caos que no estropea la espiritualidad del ritual. Nunca me hubiera podido imaginar tanta gente junta y, seguro, que no vuelva a verla… A no ser que vaya a otro Kumbh Mela —no descartemos nada—.
Han pasado algunas semanas desde el viaje fotográfico al Kumbh Mela, pero aun se me pone la piel de gallina al recordar aquella experiencia. Su intensidad, su espiritualidad, el fluir de personas, los colores y olores vienen a mi mente como una imagen imborrable. Seguro que pasan los años y ese hormigueo por haber vivido esa experiencia sigue recorriendo mi cuerpo. También viajar a la India, un país que realmente te cautiva precisamente por esa espiritualidad de la gente y su modo de vivir tan conectado con el mundo divino.
Si quieres saber más sobre el Maha Kumbh Mela…
MAHA KUMBH MELA 2025
¡Bienvenido al peregrinaje religioso más grande del mundo!. Es el Kumbh Mela que se celebra cada doce años en una de las consideradas ciudades santas del Induismo…
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